Lobos en traje de cordero
Diego López de Áviles
Primera parte. Una introducción que huele a divagación
La verdad os hará libres
Juan 8,32
Mi labor como cronista se debe a mi interés por pagar a mi país informando a los lectores de este espacio. Tal vez es parte del amarillismo o, mejor dicho, el morbo de las personas lo que alienta a seguir los blogs o periódicos donde se muestran los cuerpos de las víctimas del crimen organizado, como si se trataran de trofeos o, en su lugar, premios a los periodistas por la labor de mover el sentimiento o la repulsión. Apuesto más a lo segundo, pero ¿en qué momentos los periódicos se han convertido en cuna del arte de violentar a los demás? Si me dicen que muchos periodistas son artistas del morbo, brindo por ellos en una copa de oro y, después, morderé la manzana de Eva.
Antes de ser lo que soy, trabajaba de periodista y es una labor bellísima, es cierto que lo es. Lo que me impulsaba a serlo es, básicamente, el bello acto de informar al público, no con el fin de estar en una postura soberbia de sé más que tú, sino comparto lo que sé para que seas crítico. Mi perspectiva del periodismo serio es volver al lector un ávido crítico de lo que le rodea, informarse para conocer y comprender lo que hay en su propia realidad y no andarse, como dicen en mi pueblo, por las ramas. Idealistamente, el periodista, como el escritor, salvaguarda la verdad. ¿Será cierto? Es la pregunta que me insta a pensar o lo que me motiva a reflexionar.
Si bien La verdad os hará libres, como también Mi padre era escritor, te habría agradado, porque decía que los escritores mienten para decir la verdad, esta última una cita aproximada de lo que se dice en V de Vendetta, ¿qué clase de libertad da el periodista? La libertad, en cierta manera, de invitar al lector de ser crítico. Pero ¿qué sucede cuando esa libertad está manchada de amarillismo o, en cierta manera, de mentira e ilusión? Una libertad a medias, como la fábula del lobo con traje de cordero. Limpio la imagen: es una libertad conducida, a mi manera de ver, puesto que hay una trampa, ya sea puesto con intención o sin ella. Esta clase de libertad (me refiero a informarse) implica de lleno una serie de responsabilidades, como tomar partida o decisión en lo que atañe a la vida pública. Al parecer me estoy desviando de lo que digo, pero, lector, créame, tal vez tenga sentido mi discurso que le presento. Mi mayor pecado es divagar por los senderos del conocimiento, pero necesito que me siga y lo cogeré de la mano.
En principio, hay que dar a entender o poner sobre el plató del estudio televisivo la importancia de la palabra. El discurso es lo importante para llegar a la verdad, palabras y más palabras, todo está lleno de palabras. Mentimos con palabras, comunicamos con palabras, pero, también, decimos sin palabras, empleando otro tipo de lenguaje. La palabra abunda en la sociedad y es la base de la comunicación aunque, no necesariamente, la palabra deba ser oral ni escrita. Suele estar vedada por la comunicación no-verbal, pero eso es un traje de sastre que, por el momento, no deseo colocarme. Los periodistas son instruidos en el arte de la palabra —aunque es cierto que existen lobos vestidos de cordero o simplemente falsos periodistas— para emplearla con una gran maestría —la pluma es más fuerte que la espada—, pero en sí ¿qué es el arte de ser periodista? Informar a la gente, aunque se ha caído en la tergiversación del mensaje o el falsearlo con fines políticos. Acuérdese del principio de la lambisconería: “admirad a la Autoridad y serás bien recompensado”. Acuérdese, con esta frase que parece matona, la existencia de periódicos oficiales e independientes. Pero lo anterior no se tome como un ataque directo a los periodistas en general, sino a ciertos periodistas, a los que llamo lobos vestidos de cordero.
¿Quiénes son esos hombres que escriben con traje de cordero y piel de gallina? Periodistas que vendieron su alma al diablo para mostrar una (ir)realidad muchas veces plagado con miedo, astucia y lambisconería. Me llama mucho la atención la primera vez que viajé en metro en la Ciudad de México: hombres y mujeres leyendo periódicos amarillistas, claro ejemplos de periodismo torcido, jugando con el vocablo dado por C.S. Lewis en Trilogía Cósmica, en el sentido de que juegan con el discurso para alentar el morbo o, en su lugar, violentar —lo que me da risa es que se han vuelto artistas de la violencia—, empleando un discurso muy soso y poco serio, acompañado de fotografías de cadáveres al mero estilo de Darío Argento y muchos cineastas italianos del cine giallo[1]. Estos periodistas, siendo concretos, malversan el arte de la palabra para accionar el morbo —tal es el caso de muchos artículos escritos en Proceso, en especial el número dedicado a las fosas encontradas en Tamaulipas—, pero esto puede tener una explicación muy interesante. Mercado, todo se ha vuelto un objeto de compra-venta, vender y vender, pero ¿en qué clase de mundo estamos? Precisamente en un terreno donde el dinero es lo importante, dejando de lado ciertos pensamientos abstractos tales como el amor, el respeto y la paz. Aunque, también, es el reflejo de la sociedad en que vivimos. México se encuentra en una guerra, impulsada por el Gobierno Federal contra un Briareo armado, contra el crimen organizado. Avanzando la reflexión, me doy cuenta de que el periodista en traje de borrego no es más que un resultado de ciertos impulsos donde la violencia está a la orden del día, aquellos hombres que sólo le dan al lector lo que se le pide, como solía decir Lope de Vega, el público como un monstruo a quien hay que alimentar con lo que pide. Entonces, si el público insta a buscar violencia o a devorarla con salvajismo, no le queda de otra a muchos periodistas a alimentarlo con ello, pero ¿qué hacer para romper con ello? ¿La paz? Son preguntas que, realmente, me motivan a pensar más allá y a indagar sobre la importancia o la no-importancia de la mercadotecnia en el periodismo actual. Preguntas que deseo responder con puntualidad y con cuidado.
[1] El cine es el reflejo de la sociedad moderna, como anteriormente lo fue el teatro. Este subgénero cinematográfico es una derivación del thriller y del cine de terror. Para mayor conocimiento, sugiero las películas: L'uccello dalle Piume di Cristallo, Il Gatto a Nove Code y Quattro Mosche di Velluto Grigio, todas dirigidas por Darío Argento.
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